Translate

3 jul 2025

El silencio después de la ola: reflexiones a catorce años de Sendai

Destrucción en las cercanías del aeropuerto de Sendai  

Hay fechas que se clavan en la memoria colectiva como un aguijón que no deja de doler, incluso con el paso de los años. El 11 de marzo de 2011, Japón dejó de ser solamente una tierra de trenes puntuales, cerezos en flor y ciudades futuristas. Ese día, el suelo tembló como nunca antes lo había hecho, y el mar, en una furia incontenible, se tragó pueblos enteros. 

Recuerdo haber visto las imágenes desde una pantalla, a miles de kilómetros, sintiendo una mezcla de incredulidad y desasosiego. Casas flotando como juguetes rotos, autos girando entre escombros, barcos encallados sobre techos. Era como si el mundo hubiese perdido su equilibrio por unos instantes. 

Pero no fue solo el terremoto ni el tsunami. Fue también el miedo invisible de Fukushima, ese temor a lo que no se ve pero puede quemar desde adentro. El desastre nuclear nos obligó a mirar no solo la fuerza de la naturaleza, sino también nuestra dependencia, nuestras decisiones tecnológicas y políticas, nuestra vulnerabilidad. 

Y sin embargo, entre la tragedia y el caos, lo que más me marcó fue la dignidad silenciosa del pueblo japonés. No hubo saqueos, ni caos en las filas para recibir ayuda. Solo orden, respeto y lágrimas contenidas. Esa capacidad de reconstruirse desde las ruinas, de seguir adelante con humildad y disciplina, me hizo reflexionar sobre cuán lejos estamos a veces de esa fortaleza interior. 

En Sendai y sus alrededores, donde la tierra se abrió y el mar avanzó sin piedad, también florecieron miles de historias de solidaridad: el vecino que salvó a una anciana cargándola cuesta arriba, el bombero que volvió una y otra vez a buscar sobrevivientes, los voluntarios que llegaron de todo el país con una palabra de aliento o una sopa caliente. 


Voluntarias preparan comida para los afectados 

A catorce años de aquella mañana, recordar Sendai es también recordarnos que la vida puede cambiar en un segundo, pero que incluso en la pérdida, puede brotar algo profundo: humanidad.  

Quizá lo que más necesitamos no es solo tecnología o planes de emergencia. Necesitamos cultivar una ética del cuidado, de la empatía, de la preparación emocional para lo inesperado

Porque cuando las olas se retiran, lo único que queda es lo que somos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Seguidores